9 de abril de 1912
Llegar hasta Southampton es una
señal de una nueva vida, al menos así lo veo yo. He dejado atrás la familia a
la que he servido casi cinco años y a pesar de pensar que me iba a costar…, ese
último abrazo por parte de Paul, el joven que nos ha llevado hasta la estación,
me llenó de la fuerza necesaria para subir al tren que nos ha traído hasta
aquí. Aún así el vértigo y el miedo están en alguna parte de mi cuerpo,
anidando como si fuesen aves carroñeras que no quisieran dejar nada de mí y me
quisieran hacer desaparecer por completo. Está claro que una cosa es llevarlo
planeando mucho tiempo y otra muy distinta llevarla a cabo. Solo entonces te
das cuenta de lo real que es todo. De todos modos, la libertad en la que me
acabo de embarcar me brinda una nueva vida y eso me emociona, hace que todo mi
cuerpo tenga una vida que antes no la tenía. Es una sensación extraña pero a la
vez la mejor que he tenido en muchos años. Por el momento sé que no voy a
recibir órdenes de nadie y eso me encanta, tanto, que solo pensarlo siento como
en mi rostro se dibuja una sonrisa que consigo vislumbrar en el espejo de la
habitación en la que me encuentro. Estoy un poco cansada (por no decir
bastante) de estar todo el día recibiendo órdenes ajenas a pesar de que fuese
mi trabajos, que por supuesto queda claro que ni de lejos es el mejor trabajo
del mundo.
Es la primera vez que voy más
allá de Londres o Cambridge, así que Southampton me parece algo completamente
nuevo, algo por descubrir y explorar. Lástima que mañana sea diez de abril y no
vaya a poder cumplir con ello. Es un lugar marinero, cosa que he notado a
simple vista mientras Toby yo caminábamos de camino al modesto hotel donde hemos
decidido hospedarnos esta última noche en Inglaterra, en habitaciones separadas
aunque contiguas. Lo primero en lo que he pensado esta mañana cuando he pisado
esta ciudad ha sido en lo completamente diferente que es a todo lo que he visto
antes y que para nada es como lo había imaginado, posiblemente sea incluso mejor
de lo que mi imaginación ha dibujado en mi mente estos días de camino hasta
aquí.
Ahora que mis ojos se dirigen
a la ventana recuerdo el impulso que he tenido esta mañana de decirle a Toby de
ir a ver el mar y una vez más me digo a mí misma que ya iré por la mañana y lo
veré, pues el sol ya ha empezado a descender en el cielo y no es que me haga
mucha gracia pasear sola en un pueblo de marineros. No, mejor no. Podría
pedirle a Toby que me acompañase, pero posiblemente este cansado y aunque sé
que haría cualquier cosa por mí, prefiero dejarle descansar. Bastante ha hecho
y hace por mí ya. Él también está dejando a su familia atrás, su vida, por una
vida conmigo, aunque aún no se haya formalizado el compromiso. Me dejaré amar
por él y estoy segura de que en algún momento yo también le llegaré a querer, a
pesar de que en estos cuatro años no nos hemos tocado en un sentido íntimo.
Me muevo por la habitación
hasta llegar frente al espejo, hace realmente mucho tiempo que no veo mi propio
reflejo y no puedo menos que sonreír mientras me aparto un mechón castaño del
rostro por el que paso una de mis propias manos. Hace más de cuatro años que no
tengo un espejo propio y las únicas veces que he visto mi reflejo ha sido
cuando he pasado por al lado de alguno, en especial dentro de la habitación de
las señoritas y de la señora. Ahora es cuando te preguntas como podíamos ir
bien peinadas, la respuesta es bastante sencilla, ya que no teníamos espejos
propios nos peinábamos las unas a las otras, de esta manera podíamos estar
impecables sin necesidad de vernos a nosotras mismas reflejadas sobre la
superficie de un espejo, porque es obvio que aunque lady Siobhan no quería que
tuviésemos espejos, tampoco quería que pareciéramos unas pordioseras.
Suspiro cansada y abatida. El
problema es que sé que ese gusanillo de los nervios que me recorre el cuerpo
entero no me va a permitir dormir con tranquilidad y seguiré arrastrando el
sueño. Cosa que llevo haciendo desde hace prácticamente dos días y soy
perfectamente consciente de que no es nada sano. Tampoco sería la primera vez,
en alguna ocasión el cansancio me ha llevado a romper algún objeto de lady Siobhan
cuyo valor he tenido que pagar, aunque tanto como “su valor”…, en realidad nos
hacía pagar el doble de lo que realmente costaba de nuestro propio salario, que
tampoco es que se pudiera decir que era mucho. Me meto el camisón por la cabeza
y me dejo caer sobre la cama con la mirada perdida en el techo completamente
blanco. A través de la ventana cerrada me llegan murmullos de la gente que hay
en la calle. Me llega la vida de Southampton y aunque estoy cansada el sueño no
me embarga, Morfeo no parece querer llevarme hasta el paraíso del sueño y no
puedo evitar tantear por la mesilla que tengo cerca en busca de la lámpara y
así poner la luz. El libro, Emma de
Jane Austen es lo que me hará compañía esta larga noche que tengo por delante.
10 de abril de 1912
¿Dormir? Hace casi dos días
que no sé qué es eso. El hecho de que me haya leído más de cien páginas del
libro (que tiene cerca de 600) demuestra que por mucho que lo haya intentado no
he conseguido dormir. Son las nueve de la mañana y lo único que se me ocurre es
ir hasta la habitación contigua. Toco con los nudillos la puerta y al medio
minuto el rostro sonriente de Toby aparece. – Buenos días. – me besa en la mejilla
haciéndome sonreír brevemente - ¿Vamos a desayunar? – precisamente iba a buscarle para lo mismo. Asiento brevemente antes de emprender la marcha hasta el piso
inferior y desayunar juntos en el comedor. Nuestro último desayuno en tierras
británicas.
Según el billete del
transatlántico, este zarpa a las doce. Uno de los trabajadores del hotel ya nos
ha dicho que no queda lejos de donde estamos e incluso nos ha dado unas cuantas
indicaciones de cómo llegar y tonta de mí aún tengo la sensación de que nos
vamos a perder. El hecho de estar en un lugar que no conozco no ayuda en
absoluto, aún así no he podido más que darle las gracias y dedicarle una
sonrisa. Toby ha hecho lo mismo, aunque al contrario que yo, parece mucho más
seguro. – Tranquila, no vamos a perder.
- ¿Tanto se nota que tengo miedo de que
eso ocurra y no podamos embarcar? dejo escapar un suspiro de entre mis labios y
sonrío con cierto nerviosismo. - Me has pillado.
De vuelta a la habitación me
trenzo el cabello y saco de entre la poca ropa que poseo un vestido de manga
tres cuartos de color azulado y con cuello alto (porque según mis padres una
señorita no tiene que ir por ahí enseñando más de la cuenta). No me resta mucho
por hacer así que vuelvo a meter en la maleta lo poco que había sacado (el
viejo cepillo de pelo entre otras cosas) cierro la maleta y la tomo del asa con
fuerza. Ya está, ya estoy lista para irme. Reviso la hora en el reloj del
vestíbulo mientras espero a que Toby baje. Son solo las diez y media pero más
vale llegar a tiempo que llegar tarde y perder el barco. Mi padre me mataría
seguro, aunque primero me encargaría yo misma de abrirme las venas por haber
sido tan jodidamente estúpida, que en aquel billete había gastado parte de mi
salario de los últimos cuatro o cinco meses.
A medida que avanzamos por las
calles de adoquines puedo sentir como el aroma a mar llega hasta mí, es un
aroma ligeramente salado y que despierta aún más si cabe mi curiosidad por ver
el mar esa gran masa de agua azul y preciosa que he visto en tantos cuadros, en
especial durante mi estancia en casa de los Whitakker. Estoy deseando sentir la
ligera y fresca brisa que he leído en los libros que se siente cuando estás
cerca. Muero en deseos por ver el azul del cielo reflejado en las aguas. El
caso es que cuando llegamos cerca del puerto puedo comprobar que no todo es tan
bonito como pintan los libros o como está reflejado en los cuadros. La ficción
siempre supera a la realidad. Me decepciona bastante el color verdoso parecido
al fango con el que me encuentro. Incluso puedo decir que hay algún rastro
negro y antes de desilusionarme del todo me convenzo a mí misma que aquello
debe ser debido a que estoy en un puerto y no en mar abierto. Seguro que desde
la cubierta del transatlántico se verá de otra manera muy diferente. – Cambia
esa cara…, que parece que te estén llevando a una muerte segura. – oigo que me
susurra Toby al oído. Me ha estado observando todo este tiempo, viendo la
decepción tomar forma en mi rostro.
- Es sólo que pensaba que
sería diferente.
- Lo sé.
El barullo de la gente llega
hasta mis oídos colándose en mi cuerpo y produciéndome cierta excitación. Sé
perfectamente a que se debe todo aquel ruido, sé que no estamos lejos del barco
que nos llevara hasta Nueva York. Lo sé por la cantidad de coches que pasan
tocando sus cláxones cerca de donde estamos, así como por toda esa gente que
lleva maletas en sus manos, niños cogidos de sus manos o simplemente andando
tras de ellos. Lo sé porque todos se dirigen en la misma dirección.
Nos movemos entre la gente y
el barullo, y mis ojos marrones comienzan a ver el inmenso barco. De la misma
manera que cada vez se hace más grande el barco ante mis ojos, también lo hace
el ruido a nuestro alrededor y aumenta la presencia de la gente de todas las
clases, aunque como siempre perfectamente diferenciadas. Levanto la mirada
cuando ya puedo decir que estamos cerca del transatlántico para poder observar
el buque en todo su esplendor puesto que es realmente de grandes dimensiones. – Es enorme. – es
la primera vez que veo un barco de tan de cerca y que sea de esas magnitudes no
deja de sorprenderme. Estoy segura de que mis labios se han separado
ligeramente dibujando en mi rostro esa expresión llamada sorpresa tan común
entre las personas. Toby parece tan o más sorprendido que yo, pues sin quitar
la mirada el enorme buque asiente en silencio junto a mí, sin soltarme la mano
mientras seguimos avanzando entre el mar de gente. Esta misma mañana he leído
en el periódico y he oído decir en el comedor del hotel que es el barco más
lujoso que existe en este momento, pero eso no es algo que me importe
demasiado. ¿Dónde voy a ver yo ese lujo? No, el lujo solo lo van a disfrutar
aquellos pasajeros para los que está reservado semejante cosa: los de primera
clase.
Observar es algo que se me da
realmente bien (y no es por presumir, es un hecho), habiendo estado tantos años
sirviendo a una familia he aprendido a observar pero no decir nada al respecto,
no opinar y simplemente mantenerme callada como si fuese invisible. Además de
todo esto también he aprendido a observar de una forma bastante discreta. Las
pasarelas es lo segundo que alcanza a ver mi vista, además de las grúas que
cargan cajas, coches y los baúles más grandes. Todo eso de primera clase,
claro. Toby y yo estamos entre toda esta gente con una única maleta cada uno,
nuestra única posesión para este viaje. Al contrario que toda esta gente que
viste con opulencias y a las que les preocupan cosas demasiado superficiales,
yo no siento la necesidad de llevarme media casa en un viaje (porque tampoco
tengo tantas cosas como ellos, claro).
Acercarnos al barco y a mi
zona de embarque también implica empezar a mezclarnos con toda la gente que
está preparándose y esperando para embarcar. Diferentes acentos, idiomas,
gritos, todo mezclado con un aire de júbilo y fiesta. Nadie se aparta cuando
queremos pasar y en el caso de que nos queramos hacer oír, después de unos
cuantos intentos de hacerlo sin alzar la voz, nos hemos dado cuenta de que no
nos queda otra que gritar cosas del estilo de “Perdón” “Disculpe” “¿Me deja
pasar?” y aún así hay veces que parece que no alcanzan a oírnos y al menos yo
siento que empiezo a perder los nervios, diciéndome a mí misma que mantenga la
calma. Incluso Toby parece darse cuenta y de vez en cuando me da un apretón
cariñoso con la mano que tiene entrelazada con la mía desde que nos hemos
introducido aquí. Claro que, como en muchas ocasiones en la vida también hay de
ese tipo de personas que no es que no te oigan, sino que simplemente no te
escuchan o no te quieren oír. Hacen oídos sordos, no te hacen caso. Aún así no
cambiaría todo esto por nada del mundo, no cambiaría mi “mundo”. Aún recuerdo
perfectamente a mi señorita, cuya vida está prácticamente planificado por sus
padres (sobretodo lady Siobhan que parece que lleve los pantalones en ese
matrimonio. ¡Oh espera! Los lleva) desde el día que nació. Todo para que no
acabara con alguna persona que les llevará al desprestigio, a la humillación
pública y todas esas cosas que tanto importan a la gente de la alta sociedad.
¿Sus hijos con una rata callejera como nosotros? ¡Ni hablar! Suerte que no
pertenezco a ellos, aunque eso también implique que tarde o temprano tenga que
buscar cierta estabilidad en mi vida. Una estabilidad como la que sé que me
puede ofrecer Toby.
Soy capaz de imaginarme como
es el escenario de los pasajeros de primera clase en este preciso momento
mientras pongo un pie en la pasarela de tercera clase a la que finalmente y
tras tanto esfuerzo (sobre todo por hacernos oír o pasar entre gente que parece
no querer apartarse por nada del mundo) hemos llegado. Seguro es que es muy
diferente a todo el barullo que nos rodea a Toby y a mí, y que parece fuera de
control aunque realmente tampoco lo está tanto. Ellos seguro que están llevando
todo esto como si fuese una celebración de algo sumamente importante, pero
sobre todo estarán llevado sus mejores galas para poder dejar claro quién quien
tiene el poder y quien no, como si no lo supiéramos ya. He vivido demasiado
tiempo con ese tipo de personas como para saber cómo piensan y actúan en este
tipo de situaciones.
Suspiro de alivio en el
momento en que mis pies tocan el suelo de la cubierta. No me ha hecho ninguna
gracia tener que pasar por esa ridícula comprobación de si tenía piojos en mi
cuero cabelludo. ¿Yo? ¿Acaso no…? Bueno, mejor no empiezo a pensar como una
señorita de alta clase, pero es obvio que incluso entre los más pobres hay
diferentes escalones y yo no estoy precisamente en el más bajo. Es algo que se
puede ver a simple vista, pero…, sí, empiezo a pensar que eso a ellos ni les
importa. De todos modos de la misma manera que yo he sido una mandada durante
años, aquellos que me han pedido el favor, pues… simplemente seguían órdenes,
aunque he de decir que a Toby parece haberle importado mucho menos que a mí,
como si fuera algo normal que nos despiojaran.
Me quedo unos segundos parada
allí, quizá intentando internamente asimilar de alguna manera que estoy ya ahí,
dentro y que desde luego a no ser que salga corriendo por la escalinata de
tercera clase de vuelta a tierra firme no hay marcha atrás. Respiro hondo y me
armo de valor. “Valerie, tú puedes. Has llegado hasta aquí, solo es… otro
pasito más.” - ¿Estás bien?
- Sí, no te preocupes es que…
- Esto lo hace todo mucho más
real. – exacto. Eso mismo. Le sonrío nerviosa mientras empezamos a andar por
los pasillos blancos. No estamos en los mismos camarotes, ni siquiera estamos
en la misma cubierta, así que llegado a un punto en los propios pasillos de
tercera clase, nos separamos. – Luego voy a buscarte – me dice antes de
depositar un beso en mi frente y desaparecer con su maleta. Ahora sí que estoy
totalmente sola. Aquello es como un laberinto desde luego o eso pienso yo de
forma casi automática por lo que decido seguir a la muchedumbre. Los empujones
se suceden por todos lados, gente gritando en diferentes idiomas, pero
sobretodo pidiendo disculpas para poder pasar. Lejos de irritarme toda esa
algarabía, me infunde vigor, pues la gente aunque es extraña para mí, es
alegre. Por primera vez en mi vida estoy rodeada de personas que comparten mi sueño
de comenzar desde cero en América, aunque en mi caso gracias a mi padre quizá
sea de veinte… un poco más.
Para cuando llego a mi
camarote no puedo hacer otra cosa que sentirme impresionada. Los camarotes de
tercera son clase son definitivamente mejor de lo que hubiese creído, aunque
seguramente no serán ni mecho menos, tan lujos como los de primera. Los suelos
son de una madera blanca lustrosa y las paredes están recién pintadas de
blanco. Si me concentro lo suficiente incluso puedo notar el suave olor a recién pintado, algo que
extrañamente me vuelve a hacer sonreír. Los accesorios metálicos del camarote
relucen y un cartel informa de que el té incluirá sopa de verduras, carne, pan
queso y un dulce. Para mí, no vamos a engañarnos es un auténtico festín y estoy
segura de que esta noche no voy a sentir esa familiar punzada de hambre en el
estómago. Las literas por su parte son de hierro colado blanco y descansan a
ambos lados del camarote. Por el momento soy la primera pasajera del camarote
en cuestión en llegar y decido dejar su maleta sobre una de las literas
inferiores, completamente segura de que en la de abajo el vaivén del barco es
menor.
Por segunda vez en las últimas
doce horas (o quizá unas cuantas más) me dejo caer sobre la cama, bueno en este
caso la litera inferior moviendo las manos por encima de mi cuerpo unos
segundos antes de apoyarlas sobre la parte inferior de la litera superior como
si quisiera medir cuanto espacio hay entre una y otra. Me pregunto si en algún
momento antes de zarpar aparecerá alguien más por la puerta, pero no… Soy capaz
de notar como el barco empieza a moverse sin que nadie haya aparecido aunque el
jaleo al otro lado de la puerta no ha disminuido y eso es lo que me hace
quedarme dentro, cruzando las piernas sobre el colchón y sacando nuevamente a
Jane Austen de la maleta y aunque leo durante unas cuantas horas, mi cabeza
viaja a mi pasado y a mis propios recuerdos manteniéndome en las nubes durante
a saber cuánto tiempo. ¿Si también he sucumbido al final a Morfeo? No lo sé con
seguridad, lo único que sé es que el vaivén del barco parece haber disminuido
lo que me hace fruncir ligeramente el ceño. Además de que el jaleo en el
pasillo parece haber vuelto a aumentar de forma más que notable. ¿Qué hora
será? Porque a juzgar por la luz que entra por el ojo de buey del camarote
serán cerca de las seis sino más tarde. Me pregunto dónde estará Toby. ¿Me
habré quedado dormida de verdad y no me he enterado de que he venido? ¿O es que
él se había quedado dormido? ¿O los dos? Sacudo la cabeza durante unos
segundos. Invadida por la curiosidad de tanto ruido en el pasillo decido salir
del camarote, a lo mejor encuentro a Toby o su camarote. En cuanto abro la
puerta del mío las voces de las personas que van de aquí para allí vuelven a llenar
el ambiente e inundar mis oídos mientras me abro paso murmurando disculpas. ¿Ya
hemos llegado a Cherburgo? Porque tiene toda la pinta teniendo en cuenta que
mucha gente va con maletas.
- C'est fini Alice! C'EST FINI, J'AI DIT! ALICE!...
Agg, ¡esta niña me saca de quicio! – consigo oír a lo lejos. Posiblemente me ha
llamado ligeramente la atención porque durante los últimos años gracias a Clhoë
he aprendido alguna que otra palabra en francés y ese acento tan marcado es
inconfundible. - Excusez-moi, pardon, excusez... – disculpándose como todo
el mundo, hecho que hace que esboce una
sonrisa. - Arrête, Alice! Alice je te préviens!
- es lo último que oigo decir a esa voz justo en el momento en que noto
que algo se cuela entre mis piernas pasando incluso por debajo de mi espalda
dando la sensación de que huye de algo. Me vuelvo unos segundos viendo una
cabellera castaña igual que la mía antes de volver a mirar al frente. ¿Por qué
voy a darle importancia a eso cuando la gente ahí no deja de empujarse y de pasar
como pueda? Lo que no me espero al volver de nuevo la mirada es encontrarme a
escasos centímetros del rostro de un muchacho. Casi al instante noto como sube
el rubor a mis mejillas tiñéndolas de un color carmesí y no puedo evitar bajar
la mirada unos segundos respirando hondo. - …Um… Pardon... Esto, disculpas, no
era mi intención, mi... mi hermana es muy revoltosa – me dice claramente a mí
pues no hay nadie más. Incluso noto como se aleja ligeramente de mí.
Es con absoluta seguridad una
de las pocas veces que estoy tan cerca de una persona del sexo opuesto. Ni tan
siquiera con los del servicio he intimidado realmente, ni siquiera con Toby,
siempre hemos mantenido las distancias dentro de la mansión para no dar que
pensar a los señores y que nos cayera algún tipo de castigo o remedio
disciplinario. A veces nos ponían medidas por cosas tan absurdas que he llegado
a pensar que lo hacían porque se aburrían o algo.
Niego con la cabeza al tiempo
que levanto la mirada nuevamente hacia él después de haber contado hasta tres y
lo primero que me encuentro es otra vez esos ojos azules que me han mirado hace
unos minutos y consiguen que un cosquilleo extraño me invada…, como si de
alguna manera me estuviesen traspasando, algo que nunca antes me ha pasado…,
pero… ¿solo son unos ojos azules, no?