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miércoles, 16 de octubre de 2013

Unable to stay, unwilling to leave

Para mi querida Lara
Aunque sólo sea una versión
Será una especial hasta que llegue 
el momento de relatarlo juntas.



- ¡Valerie! ¡Val, despierta! – La voz amortiguada de Asier llega hasta mís oídos, instándome a que me despierte. Yo, por mi parte no siento deseos de despertarme, quiero seguir sumida en los mundos del sueño. Es el tono de urgencia que tiñe su voz al pronunciar mi nombre lo que finalmente me arranca del sueño. Abro los ojos, para encontrarme con sus ojos azules que reflejan algo que hasta este momento no había visto antes, preocupación e incluso juraría que ¿miedo? No estoy del todo segura pero si que sé que es algo que no he visto antes en su mirada.

Consigo apoyar los codos sobre el colchón de la litera mirándole sin entender a qué demonios viene tanta urgencia. Mis ojos se abren como platos cuando le veo con las prendas de ropa que he llevado aquel día y que me he quitado… Bueno, eso no hace falta especificarlo. Lo último que recuerdo, era a Asier vistiéndose para ir a buscar a Alice. Me prometió que no se demoraría demasiado y después de depositar un beso en mis labios salió por la puerta del camarote dedicándome una sonrisa a mí, que seguía sentada en la cama con la sábana tapándome el cuerpo.

Mis ojos pasan de la ropa que lleva en sus manos a sus ojos y vuelta a empezar. - ¡Póntela! ¡Date prisa! – No entiendo a qué viene tanta prisa y posiblemente esa confusión sea perceptible en mi rostro puesto que sin demorarse ni un segundo de más me pasa la ropa directamente mientras coge mis piernas, las saca de debajo de las sábanas y me pone los zapatos. Aún ligeramente desconcertada, decido hacerle caso y vestirme. Poniéndome incluso el abrigo que no tarda en pasarme cuando ve que ya estoy completamente vestida.

- ¿Qué pasa? ¿Dónde está Alice? – Ahora soy yo la que empieza a preocuparse cuando le veo inquietarse más de la cuenta. ¿No la ha encontrado? ¿Es eso? Prácticamente pego un salto de la cama y cuando mis pies tocan el suelo lo primero que siento es un frío intenso que me recorre las piernas y el resto del cuerpo consiguiendo que me estremezca de frío. Siento una humedad colarse por dentro de los zapatos que me ha puesto Asier y cuando bajo la mirada veo agua. ¡Agua! ¡Por el amor de Dios! – Oh Dios mio… Oh Dios mio… - Me llevo las manos a la boca sin creerme aún lo que mis ojos ven. Asier no me da tiempo para lamentarme o quedarme allí plantada. - ¿Qué pasa? ¿Por qué hay…? – Agua. Es la palabra final de esa frase, pero antes de que siquiera pueda salir de mi boca, Asier ya me ha asido de la mano y me ha arrastrado fuera del camarote. - ¡Espera! ¡Espera! – Tengo la suficiente fuerza como para soltarme de su agarre, darme la vuelta y volver corriendo, deshaciendo el metro que hemos recorrido, hasta volver al camarote.

Le oígo gruñir a mis espaldas y gritar mi nombre, incluso oígo sus pasos acelerados pisándome los talones. Sí, posiblemente haya hecho una estupidez, pues a la vista esta que no es el mejor momento para cometer locuras de este tipo, pero no puedo dejar algo tan preciado para mí atrás. Noto como los bajos del vestido que llevo están mojándose al rozar el agua. Me da la sensación de que al volver a entrar hay más. Siento que el cuerpo entero me empieza a temblar de miedo. Con manos temblorosas camino hasta el ojo de buey donde antes colgué el colgante de mi madre y lo cojo, volviendo a darme la vuelta para salir. La cara de exasperación de Asier que en otra ocasión me hubiese sacado una sonrisa divertida por eso de sacarle de quicio, ahora no es más que un reflejo de mi estupidez. No puedo culparle y enseguida vuelvo a buscar refugio en su mano, entrelazándola con la mía para volver a emprender la carrera.

Esta vez tira de mi con más fuerza, con más decisión. Realmente ya no hace falta que me diga porque hay agua, es obvio. No soy tan estúpida como para no saber qué implica que haya agua en un barco. La angustia empieza a hacerse un hueco dentro de mi organismo. Angustia. Ansiedad. Miedo. Siento su mano sujetar la mía con fuerza mientras vamos de un pasillo a otro. Alice. Aún no sé dónde está Alice. No sé cómo se ha enterado de eso. Nuestros pasos frenéticos empiezan a frenarse cuando nos encontramos con más gente que huye de aquella agua, de ese mal augurio, de la señal del hundimiento, de la muerte. Nuestros pasos se ralentizan. Ya no siento el agua al pisar y cuando bajo la mirada me doy cuenta de que allí el suelo está seco.

- Asier… ¿dónde está Alice? – Logro preguntar. Estoy lo suficientemente cerca de él como para que pueda escucharme a pesar de que los gritos y las voces alteradas con el pánico en ellas, esten sofocando la mía. Se vuelve hacia mí y veo en sus ojos azules aquella preocupación, pero también la ternura con la que siempre me mira, ese amor que sé que me profesa aunque no siempre me lo demuestre, aunque no lo plasme con palabras. Estoy a punto de descubrir que me ama más de lo que cualquiera de los dos imaginaba.

- Está con Clémence en Segunda Clase. No podía dejarte Val. No puedo. – Siento que el corazón se me va a salir del pecho. Lo noto bombear acelerado dentro del mismo después de oír aquellas palabras de su boca. – No me lo habría podido perdonar nunca…, eres… - Sé cuánto le cuesta expresar sus sentimientos y no puedo evitar apretarle la mano que aún me sujeta. – Eres demasiado importante para mí. – Esbozo una sonrisa. Por un momento hasta he olvidado dónde estamos, cual es nuestra situación en este preciso momento. La gente a nuestra alrededor ha dejado de existir. El pánico, los gritos, todo desaparecido. Al menos durante unos segundos hasta que un empujón de otro pasajero explota aquella burbuja.

Siento que me arrastra y ni yo ni Asier logramos mantener nuestras manos unidas. Vuelvo a oír que grita mi nombre, pero la marea de gente impide que vuelva hacia atrás, que retroceda y sólo me deja avanzar. Durante unos minutos aún soy capaz de ver su rostro, de oír su voz llamándome y posiblemente intentando llegar hasta dónde estoy yo, pero el tumulto de gente no hace más que aumentar y pronto me rodeada sólo de gente desconocida. Sin el calor de una mano amada y sin esa sensación reconfortante que siento siempre que está a mi alrededor.

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