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lunes, 21 de octubre de 2013

Unable to stay, unwilling to leave II

Por mucho que intento volver sobre mis pasos la gente me arrastra y después de unos minutos intentándolo me doy por vencida y simplemente me dejo llevar por esa inercia con un enorme vacío en mi corazón que no da cabida a nada más que no sea ansiedad y miedo. De pronto me encuentro cerca a los pies de una de las escaleras que llevan a las puertas que conducen a las otras cubiertas del barco. Incluso desde mi posición soy capaz de ver como las verjas de hierro negro están cerradas. Frunzo el ceño y arrugo la nariz durante unos segundos. ¡Qué extraño! ¡Qué raro que nos dejen aquí abajo! El último peldaño de la sociedad etilista de nuestra época, la escoria dentro del trasatlántico. Respiro hondo mientras oígo a algunos hombres decir que aquí abajo también hay mujeres y niños y, justamente mis ojos castaños se cruzan con una mujer que protege con sus brazos a sus dos hijos pequeños. Una sonrisa espontánea asoma en mi rostro y uno de los pequeños me la devuelve de forma tímida.

El hombre arriba insiste con más impetú, con más fuerza y un rayo de esperanza se abre paso para todos los que estamos allí abajo cuando vemos como abre las verjas y las puertas de hierro que nos mantienen allí abajo encerrados dejan de existir. Como si de una ola que fuera a arrasar con la arena de la orilla de una playa, toda la gente que está a mi alrededor empieza a empujar y a moverse con prisa escaleras arriba, de manera desesperada, cosa que tampoco es tan extraña teniendo en cuenta la situación en la que nos encontramos, pero eso sólo empeora las cosas, pues a los pocos segundos haberse abierto las puertas de hierro y habiendo salido unos cuantos pasajeros de tercera clase de la ratonera en la que estamos metidos, desde mi posición y a pesar de los golpes que recibo de aquí y de allá, puedo ver cómo vuelven a cerrar.

Respiro indignación a mi alrededor y muchos de los pasajeros vuelven a gritar, por sus vidas y la de aquellos que les acompañan. Aunque me ha costado unos cuantos minutos, finalmente me decido y con toda la fuerza que poseo me abro paso a golpes entre aquellas personas apiñadas al pie de la escalera. El pasillo está más lleno que hace unos momentos, o al menos más lleno que cuando he hecho el viaje a la inversa y me permito respirar hondo cuando salgo de aquel agrupamiento de gente que me mantenía oprimida y que había empezado a conseguir que la angustía se adueñara de mi cuerpo. Me apoyo contra la pared de madera blanca del pasillo sin antes mirar hacia el suelo para asegurarme de aquí no hay agua. En mi cabeza no deja de repetirse una pregunta: ¿Dónde estará él? Y siento que las lágrimas empiezan a agolparse en mis ojos y amenazar con rodar por mis mejillas en el momento menos pensado.

Mi corazón, algo muy dentro de mí me dice que no está demasiado lejos de mí y recuerdo sus palabras: “No puedo dejarte Val. No puedo. No me lo habría podido perdonar nunca”. Esas palabras son lo que me dice con más fuerza que mi propio corazón que aún sigue por estos pasillos, que posiblemente esté buscándome… Una búsqueda que se va a convertir en una pesadilla o al menos eso es lo que acabo pensando cuando me doy cuenta de que es prácticamente imposible encontrar a alguien allí abajo, perdido, cuando todo el mundo corre hacia todos lados, cuando el ambiente está lleno de gritos, angustia y miedo. Cuando el barco se está hundiendo.

Aquellas lágrimas que hace unos momentos amenazaban con salir finalmente lo hacen, y no soy capaz de detenerlas. No quiero detenerlas, necesito sacar toda esa angustia que tengo dentro de mi pecho hacia afuera, a pesar de saber que el tiempo corre en mi contra y que allí parada en medio del pasillo desde luego no voy a hacer nada. - ¿Valerie? – Mi nombre en boca de una voz conocida hace que levante la mirada, con las lágrimas corriendo por mis mejillas y sintiéndome aliviada de súbito al darme cuenta de que es una persona conocida, alguien de confianza, un apoyo. Aún así las lágrimas siguen corriendo y yo sigo llorando porque no es precisamente la persona que tanto deseo encontrar. - ¿Val qué haces aquí parada? Tengo que sacarte de aquí… Ponte esto. – Pone en mis manos un chaleco salvavidas que miro ligeramente desconcertada antes de volver a levantar la mirada y negar con la cabeza. No, no y no.

- No puedo irme Toby… No puedo. – Sigo negando con la cabeza hasta que mis ojos marrones acaban posados sobre uno de los extremos del pasillo. Los gritos siguen llenando mis oídos, sumados a llantos de otras persona. – No puedo. Está aquí abajo. Tengo que encontrarle. No pienso irme sin él, ¿entiendes? – Intento sonar segura, lo intento con todas mis fuerzas pero las lágrimas rompen mi voz y la desquebrajan haciendome sonar insegura. – No puedo perderle, Toby… - Alargo una de mis manos hasta tomar uno de sus brazos con fuerza. – Ayúdame a encontrarle, por favor. – La suplica sale de entre mis labios sin apenas pararme a pensar que si mi amigo decide ayudarme, estaría ayudándome a encontrar a una persona que prefiere que este fuera del mapa, fuera de la ecuación, a no ser que haya decidido anteponer mi felicidad a sus propios sentimientos.

- Está bien, te ayudaré. – Suspiro de alivio y siento como entrelaza nuestras manos, aunque la sensación que me embarga no se asemeja en nada a la que me invade cada vez que Asier simplemente me roza. – Pero primero ponte el chaleco.

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