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domingo, 30 de diciembre de 2012

Yesterday


Los suelos eran lustrosos, casi parecía que pudiéramos vernos reflejadas en ellos. Viré el rostro hacia Theresa que estaba justo a mí lado y pude ver en su rostro la misma sorpresa que posiblemente estuviese dibujada en la mía. - ¿Las hermanas Miller? – Preguntó una joven mujer que se acercó a nosotras. Mi hermana asintió y me dio un apretón en la mano que manteníamos entrelazadas con fuerza. – Puntuales. A la señora le gusta la puntualidad. – Enarqué una ceja con curiosidad mientras la observaba. Sus cabellos estaban ocultos bajo la cofia de color blanco de la que solo salían algún mechón de pelo rubio. El vestido que llevaba era negro de cuello alto, cuya falda le llegaba hasta los tobillos. Todo ello complementado con un delantal de color blanco. Así que así íbamos a vestir a nosotras… - Me llamo Mellanie. – Se presentó finalmente antes de hacernos un gesto con la mano para que entrásemos. – Os enseñaré un poco esto, es imposible aprenderse todos los lugares de memoria de entrada, así que no os preocupéis. Somos casi cincuenta personas en el servicio, tampoco hace falta que os aprendáis los nombres de todos ya, lo más importante primero es saber los nombres de los señores y las señoritas. – Nos guió por una enorme escalera cuya barandilla era de una lustrosa madera y los escalones juraría que de mármol hasta el piso superior. – También es importante que memoricéis enseguida como les gustan las cosas más cotidianas. El desayuno, el té, que les vistan, les peinen, cosas así… - ¿En serio? ¿Solo eso? Mi cabeza estaba a punto de estallar de la cantidad de información que me estaba metiendo aquella joven en la cabeza así de primeras. Miré a mi hermana de reojo y pude ver en su rostro el mismo estrés que me estaba invadiendo a mí cosa que casi hizo que suspirase de alivio, al menos no era la única que pensaba que iba a meter la pata de un momento a otro cuando me dejaran sola. - ¡Cuidado por dónde vas Toby! – Le espetó la mujer cuando vio al joven de caballos castaños pasar con una bandeja y bastante prisa.

- Lo siento, Mellie. Las prisas ya sabes… - Pareció notar nuestra presencia justo en ese momento y una sonrisa se dibujó en su rostro mientras nos miraba. - ¿Sois las hermanas Miller? – Preguntó directamente a nosotras. Yo siempre he sido la más impulsiva pero la timidez me ganaba la batalla en ese momento y permanecí callada aunque sin quitarle la mirada de encima. Tenía algo que hacía que quisieras saber más de él e incluso un halo a su alrededor que te decía que era una persona de confianza.

- Sí, son ellas. Les estoy enseñando un poco la casa. ¿Por qué no sigues con tus tareas? Pareces un pasmarote ahí… - Pronto averiguaríamos que Mellanie no era una simple sirviente. Era el ama de llaves de la casa, la mujer que controlaba a todos los trabajadores en aquella enorme casa a excepción del chófer que era cosa aparte.

- Sí, señora. – Noté cierto tono de broma en la voz del muchacho que hizo que Mellanie frunciera el ceño y le fulminara con aquellos ojos que poseía. Yo por mi parte tuve que llevarme una de las manos a la altura de la boca para disimular la sonrisa divertida que acababa de salir en mi rostro. Me miró unos segundos y sonrió divertido también además de guiñarme el ojo. No hacían falta palabras: lo había visto. Le seguí con la mirada durante unos segundos hasta que le perdí de vista al desaparecer tras una esquina. Mellanie entre tanto había vuelto a hablar pero se podría decir que yo había desconectado por completo y solo volví a conectar cuando noté que la mujer volvía a caminar.

- … En el ala norte de la casa. Por supuesto no contamos con los mismos lujos que ellos, pero no están mal. Tú compartirás habitación con tres muchachas y tú – En ese momento me miró directamente a mí – Con otras cinco doncellas. Si no os parece bien o nos caen bien os tendréis que aguantar. Nada de lloriqueos, nada de pucheros, aquí somos doncellas, estamos para servir, ayudar y hacer las tareas que nos pidan los señores, pero sin quejarnos, ni mostrar lo cansadas que estamos. – Paró en medio del pasillo, aunque no me hubiese dado cuenta nos estaba dirigiendo precisamente a la ala norte de la casa. Su mirada volvió a hacerme sentir pequeña en medio de aquel enorme pasillo. – La regla más importante es que aunque lo veamos y oigamos todo, de puertas afuera de la habitación donde ocurran las cosas seremos ciegas y sordas. Nada de chismorreos o cotilleos sobre los señores, sus familiares o sus amigos, ¿entendido? – Asentí. ¿Qué otra cosa podía hacer? Incluso bajé la mirada al suelo y la mantuve ahí el resto del camino hasta nuestras habitaciones. Primero la de mi hermana y luego la mía donde había una muchacha. Mellanie se despidió de mí cerrando la puerta tras de mí y dejándome con aquella muchacha pelirroja y pecosa.

- Me llamo Jill, bienvenida. – Una sonrisa cándida asomó en su rostro y casi de inmediato me relajé. Fue ella la que me mostró donde estaban mis uniformes y la que me ayudo a vestirme esa primera vez. Lo que no sabía yo por aquel entonces es que se iba a convertir también en una gran amiga.

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