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domingo, 15 de abril de 2012

Cruciatus

Se quedó completamente helada cuando notó la punta de la varita contra su espalda y aquel susurro tan frío que podría haberle helado la sangre, pero lo que de verdad hace que el pánico la invada es la palabra que sale de boca de aquella mujer, sin darle ni tan siquiera la posibilidad de preguntarle: ¿Agradecerle a mi padre?

Un escalofrío me recorre el cuerpo entero, como si una descarga lo atravesara por completo. Al principio no siento dolor. Durante un segundo tengo la sensación de que he dejado de sentir, pues no siento nada. Es entonces cuando una oleada de calor, como una flor transformándose en fuego empieza a propagarse por mi pecho e inunda mi cuerpo entero.

Es como si cada poro de mi piel, cada centímetro de mi cuerpo estuviera ardiendo en llamas y el dolor es tan insoportable que lo único que se me ocurre pensar es que quiero que termine ya, que se acabe. Me da igual dormirme y no volver a despertarme mientras todo ese dolor desgarrador desaparezca de mi cuerpo. En cierto momento notó el suelo duro dar contra mi espalda y aunque notó el tacto frío de las baldosas bajo mis manos que se mueven frenéticamente en el intento de agarrar algo, es una sensación que apenas percibo unos segundos pues todo lo que soy capaz de sentir es dolor. Desearía poder aferrarme a algo y que de esa manera me alejase de todo aquello.

El martilleo en mi cabeza va en aumento. Soy capaz incluso de oír mi pulso acelerado, el ritmo desbocado de mi corazón a un volumen tan alto que cualquiera diría que estoy dentro de mis venas y mi propio corazón. Todo se une a las demás sensaciones que voy experimentando. Parece como si la piel se me estuviese desgarrando y los huesos partiéndose en múltiples trozos, hasta tal punto que creo oír como se quiebran dentro de mi cabeza.

No quiero. Quiero evitarlo. No quiero darle el gusto de gritar, pero tengo la sensación de que si no manifiesto el dolor que estoy sintiendo solo se me va a hacer más insoportable. Al final mis sentimientos son más fuertes que mi cerebro y le doy la satisfacción de gritar. Gritar de dolor, de angustia… Estoy segura de que si en este momento pudiera hablar le suplicaría que me matase, como si nada más importase en el mundo. Como si ese destino fuese el mejor que me puede esperar, aunque una voz en el fondo de mi cabeza me diga que no, que mi destino es uno mucho más maravilloso. Un destino feliz.

La felicidad sin embargo ahora brilla por su ausencia en todo mi cuerpo. Noto como algo resbala por mis mejillas. Lágrimas. Lágrimas de dolor y desesperación. Unas lágrimas que queman, que me hacen daño cuando me recorren las mejillas, como si se tratasen de cuchillos afilados rasgándome el rostro. Incluso tengo la paranoia de que me están cortando el rostro lo cual solo hace que mi angustia vaya en aumento. El pavor me ha invadido por completo y empiezo a pensar que no va a terminar nunca.

¿Alguna vez terminará esta tortura? ¿Tendré otra vez esa sensación de paz? ¿Dejarán de atravesarme la piel miles de agujas? ¿Dejará de quemarme?

Solo quiero que el dolor desaparezca. No me importa nada más.

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